El concepto central entorno al que gira el liberalismo económico viene a ser que el mercado resulta la forma más eficiente de asignación de recursos, de forma que cualquier intervención en él por parte de los poderes públicos acarrea un costo en términos de eficiencia del sistema. Tras ese razonamiento se privatizan empresas públicas, se desmontan sistemas de protección pública y se elimina carga redistributiva de los sistemas impositivos. Pero ¿cómo de cuestionable es dicho principio tan comúnmente aceptado? Permitidme mis esporádicos visitantes una divagación al respecto.
Asumiendo que el mercado garantiza la plena eficiencia nos encontramos con un problema moral. ¿Estamos dispuestos a dejar que la lógica del mercado decida el nivel de bienestar de cada persona en función de su capacidad competitiva? Parece evidente que no, es más, la propia sociedad surge del compromiso de colaboración de unos hacia otros, de esforzarte hoy por el grupo sabiendo que el grupo se esforzará por ti si lo necesitas mañana. Gastarse dinero de todos en mantener a un incapacitado que no puede producir es claramente ineficiente, pero si estuviéramos dispuestos a dejar que se muera por la calle en la indigencia no nos podríamos calificar de seres humanos, la capacidad de empalizar con los otros es parte de lo que nos define como tales..
Esa tendencia a la empatía sin embargo convive en cada uno de nosotros con un grado de egoísmo ligado al instinto de supervivencia. Dado que el egoísmo no se tiene por una virtud, justificamos nuestros privilegios y nuestra insolidaridad con el concepto del “mérito”. El miserable lo es porque no se ha esforzado, porque se lo merece igual que yo me merezco lo que tengo, y sin esa retribución del esfuerzo la sociedad no avanzaría. Es en este juego de equilibrios entre empatías y egoísmos en el que todos nos movemos y donde radica esa superioridad moral con que desde la izquierda se mira a la derecha política. El izquierdista se siente empático y solidario frente al egoísmo de la derecha, mientras el derechista se piensa pragmático y eficiente frente a la tonta ingenuidad utópica de la izquierda.
Pese a todo hablamos de una cuestión de grados dentro del eje empatía-egoísmo. Son escasos los ejemplos de empatía extrema y reciben la admiración generalizada de los que no llegamos a tanto, los casos de egoísmo extremo se califican de psicopatías y no son tolerados por antisociales. Al final todos aceptamos en la sociedad algún tipo de intervención pública que garantice un mínimo de sistemas de protección social y que calme nuestras conciencias empáticas. El mercado sería así como una fuerza utilizable pero peligrosa si no se sujeta a ningún control, muy lejos de la deidad adorada por los apóstoles del liberalismo económico.
Cuestionado el mercado como asignador de recursos desde un punto de vista ético no puedo resistirme a analizarlo desde el punto de vista práctico. ¿Es realmente el mercado des-regulado un sistema eficiente? Lo dejo para la próxima entrada.
viernes, junio 06, 2008
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