Mi hijo se interesa cuando le digo que él está convocado también a hacer huelga. Le digo que hay un Sindicato de Estudiantes que la convoca también. Entramos en su página web y encuentra un enlace que habla de como inscribir al sindicato en su instituto. No le animo, tiene 13 años y no está listo para ese lío, entre otras cosas porque no tiene aún opiniones políticas propias, opina lo que ve que yo opino. El caso es que a estas alturas ya sabe más de la huelga y sus porqués que el 95% de nuestros conciudadanos.
Mi mujer me sorprende cuando a su vez se sorprende de que no deje que los niños vayan ese día al colegio. La tengo que presionar para que posponga una cita con el oculista para mi hijo el pequeño dado que coincide con el día de la huelga. Refunfuña aunque sabe que tengo razón, pero me llama la atención que hayamos tenido necesidad de tener esa conversación.
El viernes ceno con unos amigos y el sábado con otros. En ambos casos me encuentro gente bastante de izquierdas que dicen que no van a seguir la huelga porque están muy cabreados con los sindicatos. Me pongo absolutamente serio en los dos casos y les acuso de protestar y no hacer nada. Es una tónica general que me resulta indignante y ante la que respondo de forma airada en todos los casos, lo siento si les ofendo.
El sábado por la noche, tras irse nuestros amigos, salgo a buzonear y pegar los carteles y pegatinas que recogí en el sindicato. Mi hijo quiere ayudarme, empezamos a la una y acabamos a las 4. Hace frío esta noche, al volver nos calentamos un cola-cao y le doy las gracias, tenemos las manos heladas. Por la mañana todos los carteles siguen ahí. Lo que cada uno podemos hacer es poco, pero yo por lo menos soy incapaz de quedarme sentado mientras los demás hacen el trabajo por mí. Creo que esta es una lección que mi hijo está aprendiendo y que no se lo van a dar sus profesores (no al menos la meapilas de la profesora de Educación para la Ciudadanía).
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