Se viene anticipando desde el inicio de la presente crisis económica el estallido de movilizaciones y revueltas sociales por parte de aquellos sobre los que se hace caer el peso de los ajustes. Las revoluciones en el mundo árabe pueden ser un buen ejemplo de este proceso, mientras que en Europa y EEUU se siguen produciendo conatos que pueden ir subiendo de temperatura si, como muchos creemos, los brotes verdes económicos que se anunciaron hace ya dos años no resultan más que brochazos de pintura.
Aunque la capacidad de la gente para encajar recortes en sus derechos sigue siendo notable en países como España, harían mal quienes nos gobiernan si fueran tan estúpidos para bajar la guardia. Con la inevitable subida del petroleo y la ya anunciada de los tipos de interés, unidas al impacta de las políticas de recorte de gasto, las cosas se van a poner peor aún de lo que ya estaban (y los datos de paro nos siguen confirmando tozudamente lo mala que es ya dicha situacion). A las ya mermadas economías de los trabajadores-consumidores se les viene encima nuevas cargas en forma de subida de hipotecas y aumento de precios. Ambas cosas deprimirá aún más la demanda creando una nueva ronda de pérdidas de empleo. Hasta un pueblo tan ignorante, perezoso y adocenado como el que constituimos puede tener un límite.
Puestos en un potencial horizonte de conflictividad social, nos enfrentaremos una vez más a una lucha de legitimidades entre unas decisiones políticas avaladas por un 99% de los representantes parlamentarios, frente a movilizaciones de miles o incluso millones de personas en la calle. Resulta previsible el intento de uso de métodos represivos bajo el pretexto de la defensa de los intereses de las mayorías pasivas y silenciosas, argumentos amplificados por un coro de medios de comunicación que actuarán una vez más como defensores unánimes del sistema y sus intereses.
Sería bueno estar preparado para tales ataques y tener la contraargumentación lista. El sistema pseudodemocrático en el que nos movemos no deja de ser una máquina de legitimación de decisiones políticas que se toman por y para el beneficio de los que controlan el poder. Si la rigidez de los sistemas autoritarios magrebíes los hace quebrar ante las tensiones de las protestas, nuestras más perfeccionadas formas de control utilizan la apariencia de democracia para absorber y desactivar la tensión inicial. Incluso en caso de que se consiguiera una movilización masiva y continuada desde las calles al estilo de lo ocurrido en Grecia o en Francia, el sistema se reserva ese recurso a las mayorías pasivas que amparen desde las mesas electorales decisiones que benefician solo al mantenimiento del status-quo.
No seré yo quien desacredite aquí el sufragio universal per se, sin embargo no podemos confundir la elección periódica de unos representantes con la democracia real en la toma de decisiones. Si relizamos una consulta a la población al respecto de su grado de acuerdo con los recientes recortes sociales, existe una clara probabilidad de que estas se hubieran visto rechazadas. Estas medidas no estaban en ningún programa electoral y no cuentan con ningún respaldo público que las legitimice. Sin embargo cuando lleguen las próximas elecciones se planteará de nuevo a la gente la elección entre paquetes cerrados en los que se fomenta la elección del mal menor, sustituyendo si es necesario la cara que lidera la lista de turno, a la que se hará culpable de la previa toma de medidas impopulares.
Asumamos con resignación que no podemos esperar ningún cambio relevante por medio de las urnas. El sistema está amañado, con medios de comunicación controlados, y un proceso electoral que arroja a la gente al bipartidismo y la abstención. Debemos concienciarnos del valor y la importancia de la movilización de unas minorías suficientemente numerosas que consigan poner en jaque al poder. Ningún cambio ha llegado en ninguna sociedad por medio de la movilización de la mitad mas uno de sus miembros, sino por la fuerza de una minoría que se rebela frente a otra minoría en el poder. Este conflicto sucede ante la mirada relativamente pasiva de una mayoría a los que unas veces el desconocimiento, y otras el miedo al cambio o la represión mantiene como espectadores, y a los que uno y otro bando intentarán movilizar en su favor. Los que detentan el poder intentan convertir esa pasividad de las mayorías en un apoyo tácito. Decía esta semana Gadaffi que frente a las movilizaciones masivas en las calles, la mayoría de los libios demostraban su apoyo a su gobierno quedándose en casa. El mismo argumento que ahora se presenta públicamente como ridículo y propio de un dictador tercermundista, ha sido y será utilizado en el momento en que una movilización popular cuestione las injusticias de nuestro propio régimen opresor.
Cometemos un error si asumimos la lógica que nos imponen desde el poder y tratamos de focalizar nuestra lucha en un campo electoral donde la victoria es imposible. Debieramos en su lugar centrar nuestros esfuerzos en otro tipo de acciones, para las que necesitamos coordinar los esfuerzos de los distintos grupos críticos atrayendo y movilizando a nuevos sectores de la población. Igualmente importante sería crear un estado de opinión menos complaciente en las mayorías menos activas.
Es en este contexto en el que resulta sumamente interesante la propuesta de la formación de mesas de convergencia de la izquierda como espacio de movilización con horizonte diferente del electoral. Pero este es tema para otra entrada.
domingo, marzo 06, 2011
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1 comentario:
Sábado 9 de abril de 2011. Ministro José Blanco en Teatro Principal de A Estrada (Pontevedra) a las 21 horas. Acudid con pancartas por el:
¡NO A LA CRIMINAL GUERRA DE LIBIA!
¡NO A LOS INDECENTES RECORTES SOCIALES!
¡NO A LA REDUCCION DE SALARIOS QUE PRETENDEN!
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