Oía recientemente a un economista australiano al que le preguntaban cual creía que era la reacción que cabía esperar de los dirigentes europeos ante la nueva vuelta de tuerca de la crisis. Su respuesta fue sorprendente, si bien cuando uno lo piensa resulta realmente atinada y lógica. Según el entrevistado dicha reacción se resumía en una palabra: pánico.
La argumentación es sólida. La ideología económica que domina absolútamente las actuaciones de los políticos europeos se basa en un credo absoluto en que el mercado se va a autorregular, y que la política debe simplemente eliminar toda traba y distorsión. Basta realizar las "reformas" necesarias, y sentarse a que los frutos de la inacción caigan solos. Camino del primer lustro desde que arrancó la crisis, y dos años despues de que los adalides de la austeridad impusieran su visión en el continente con mano de hierro, la situación económica se puede definir como casi de caida libre. Mientras tanto, los adoradores del Dios mercado deben andar en sus templos preguntándose poqué sus plegarias no están funcionando. Como ocurriría en cualquier otra secta, los acólitos menos convencidos empiezan a dudar, mientras que el nucleo duro más integrista sigue esperando con fé inquebrantable la intervención de su mano invisible. El pánico y el desconcierto parece generalizarse ante un desastre que pone en cuestión su credo.
En realidad, tal reacción está más que justificada por parte de todos nosotros si uno analiza seriamente el plan que se nos ofrece, tan obviamente contradictorio que no soporta el más minimo escrutinio crítico. Se nos dice que estamos en una crisis producida por la concesión de créditos incontrolada a gente que no podía pagarlos, pero simultaneamente se nos bombardea con que para salir de ella hay que recuperar el crédito. Se nos sermonea con el discurso de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora que la gente reduce sus gastos, estrangulados por las circunstancias económicas, suspiramos por un crecimiento de la demanda y el consumo. Despues de dos años de recortes de gasto público, la nueva esperanza blanca de la política europea acaba de descubrir el unguento amarillo y propone austeridad mezclada con estímulo, algo que es lo más parecido en política fiscal al chascarrillo de chuflar y pitar al mismo tiempo. En España, le añadimos un toque local y proponemos reactivar el sector de la construcción para salir del hoyo en que la burbuja inmobiliaria nos metió.
Hemos dejado a los mandos a una pandilla de insensatos tan fanáticos que se niegan a reconocer un fracaso tan obvio como aparentemente inevitable. Ya puede Dios pillarnos confesados.
sábado, junio 16, 2012
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