La transición fue seguramente el mejor resultado que una generación pudo conseguir a la salida de un régimen que había mantenido en el terror a la población. Hizo falta sin duda mucho valor,y mucha lucha para hacer frente a los elementos más reaccionarios del franquismo, que conservaban todos los resortes del poder y no dudaron en recurrir a la violencia y la intimidación con el objeto de perpetuar su tenebroso legado. Y por supuesto se hicieron muchas cesiones en un país en el que los militares acechaban en sus cuarteles y el mundo era dominado por unos EEUU que nos daban lecciones de iniquidad por medio de las sangrientas dictaduras del cono sur americano. No seré yo el que critique a aquellos que tuvieron que transigir en busca de una salida a tan largo y oscuro túnel, de hecho tengo más que dudas de que nosotros lo hubiéramos podido hacer mejor.
Nuestros padres nos cedieron sin duda una democracia limitada. Recuperamos la capacidad de votar, pero no pudieron ajustar cuentas con un régimen cruel y sanguinario, ni pudieron desactivar el poder de las oligarquías económicas parásitas generadas durante el franquismo, ni consiguieron acabar con los privilegios del nacional-catolicismo, ni evidentemente pudieron restaurar la república. Nos dejaron un sistema electoral planificadamente bipartidista que se constituyó en la columna central de un régimen construido para que nada cambiara, así como una turbia monarquía que garantizaba que nada se fuera de las manos. La actuación de personajes tan despreciables como nuestro ex-presidente Gonzalez, político sin escrúpulos perfectamente alineado a un entorno mundial dominado por el advenimiento del ultraliberalismo tatcheriano, hizo el resto. Él fue el que liquidaría toda esperanza de que pudiera avanzarse en un proceso de cambio real, el auténtico protagonista de la exitosa operación del atado y bien atado.
Aquellos fueron otros tiempos protagonizados por otras generaciones. Ahora nos toca a nosotros asumir nuestra responsabilidad, y esa responsabilidad pasa por tirar abajo el edificio que nuestros padres construyeron para poder dar paso a algo mejor. Con ello no cuestionamos ni despreciamos el legado de nuestros mayores, antes bien honramos su lucha por mejorar la sociedad en que vivimos de la misma forma que ellos hicieron en su día. Tenemos mucho trabajo si queremos estar a su altura.
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