sábado, enero 03, 2009

¿Estamos listas las izquierdas para el 2009?

El pasado ha sido un año marcado por la llegada de esa crisis financiera que todos aquellos que pensábamos que el sistema era insostenible veníamos esperando, y la lógica nos lleva a pensar que lo peor está por llegar. Si en el 2008 se nos ha pasado la factura, ahora hay que hacer el pago en forma de destrucción de esa riqueza ficticia creada a base de crédito. Los mismos que han promovido ese crecimiento especulativo del que se han llevado la parte del león, se aprestan ahora a asegurarse de que los platos rotos en el banquete los paguemos los que no olimos ni las migajas. Los últimos meses han sido de actividad más frenética de lo que puede parecer y la estrategia se va perfilando:

Si la inminente crisis se negó mientras se pudo con el fin de que el gran sistema piramidal pudiera seguir en pié, una vez que se hizo innegable llegó la hora de hacer pasar a la gente por el amargo trago de asumir los costes, y para ello se han utilizado formas propagandísticas ya ensayadas. De la noche a la mañana en los medios solo hubo crisis, caída de bolsa y colapso económico, había que preparar a la gente mediante el uso del miedo para una de esas piruetas ideológicas que resultaría imposible de aceptar para una ciudadanía con mayor capacidad de resistencia ideológica. Una vez calentado el ambiente, donde antes era imposible obtener dinero para mejorar servicios sociales o para ayudar al tercer mundo, las cantidades inexistentes han aparecido multiplicadas por decenas o centenares con el fin de apuntalar el sistema. Los mismos que antes consideraban anatema defender cualquier papel del estado en la economía exigen ahora la intervención de este para hacerse cargo de la ruina. Donde los criterios de limitación del endeudamiento eran rígidos y básicos para el bienestar de la economía ahora se nos explica la utilidad de su relajación en estos momentos de excepcionalidad. En los mismos foros en que se defendía las maravillas del libre comercio se hablará de proteccionismo e industrias estratégicas. Es casi de admirar con la facilidad con que parece darse la vuelta a lo que hace unos meses eran dogmas inamovibles y se hace evidente que al final todo consistía en poner al poder político al servicio de los intereses de la clase dominante, un poder maniatado ante los excesos de su rapiña pero puesto en marcha para protegerla ante su propio empacho.

La dieta de los próximos meses sospecho que va a ser parecida pero en dosis aumentadas. Se nos tendrá que hacer tragar el aumento del paro y la subordinación de la política de gasto a los intereses del poder económico, mientras se nos pedirá que nos apretemos una vez más el cinturón bajo la continua amenaza de males aún mayores en caso de no hacerlo. Se apelará a nuestra responsabilidad mientras que se reprimirá con la violencia necesaria los previsibles conatos de conflictividad social a su vez que se canalizaran hacia las direcciones menos destructivas para el poder económico. Los emigrantes que antes sirvieron para mantener los salarios bajos en la fase expansiva tendrán que soportar el mayor impacto de la destrucción de empleo y los previsibles brotes de xenofobia. En nuestro país no será raro que las tensiones separatistas se intensifiquen, me temo que con la complicidad de una supuesta izquierda que se ha olvidado de lo que es y ha sido abducida por las fantasías nacionalistas, tan útiles siempre como pantalla de humo y elemento de división de las clases desfavorecidas.

Sin embargo el camino no está exento de riesgos para los que pretenden mantener en pie el sistema actual. El elaborado esquema ideológico sobre el que se basaba la actuación económico-política ha dejado de servir. Hay que construir explicaciones para la crisis que sean sostenibles y útiles a sus fines, elaborar nuevos dogmas y hacérnoslos tragar en dosis masivas hasta que se graven de tal manera que se conviertan en tales. La base ya se intuye cuando se nos habla de una crisis surgida de problemas de supervisión que no indicarían defectos estructurales y mientras se reiteran las bondades de la economía productiva capitalista y se adjetiva la burbuja especulativa como enfermedad sobrevenida no inherente al sistema. Se nos pretenderá explicar que todo ha sido un accidente por haber dejado en manos de conductores irresponsables el manejo de una maquinaria económica por otra parte perfectamente válida, se hará alguna concesión para calmar un poco las aguas y se pretenderá retomar la senda de la economía de mercado a partir de los restos del terremoto.

Si la agenda de las fuerzas conservadoras se antoja clara con las incertidumbres derivadas del desconocimiento del grado de profundidad a que pueda llevar la crisis, la pregunta importante es como va a reaccionar una izquierda a la defensiva ante las oportunidades que las nuevas circunstancias crean. Después de 30 años de derrota ideológica y repliegue hacia una creciente marginalidad derivados de un control absolutamente eficiente del espacio público, tanto político, como en el ámbito de la opinión pública y los medios de comunicación, las circunstancias han creado grietas que sería imperdonable no aprovechar antes de que las obras de reparación ya en marcha las cierren por un tiempo indefinido.

El problema al que nos enfrentamos es sin embargo complejo. A esta guerra la izquierda real (resulta obvio decir que el PSOE y sus partidos hermanos europeos no pueden categorizarse como izquierda ni con la mejor voluntad) llega dispersa, empequeñecida y lo que es peor, dividida y sin espacios de diálogo. Dispersa porque ante la derrota generalizada en la batalla del pensamiento económico los esfuerzos se han derivado hacia asuntos relevantes pero tangenciales como los derechos sociales, el feminismo o el ecologismo, o incluso más irrelevantes y discutibles (por ser generoso) como el nacionalismo o la multiculturalidad; empequeñecida no solo en cuanto al acceso al poder político, sino también en su credibilidad, en su capacidad de movilizar a la gente y en su habilidad para transmitir sus mensajes; y dividida no solo porque se aglutine en torno a una amalgama de siglas e iniciativas diferentes, sino porque parece en muchos casos que tuviera en fuerzas cercanas ideológicamente a sus mayores enemigos.

Es mucho el trabajo a realizar si queremos poner en pie una alternativa que haga frente a los esfuerzos de mantenimiento de este sistema económico perverso que nos esclaviza, nos encadena a un consumo insatisfactorio e insostenible, fomenta las desigualdades en el acceso a los recursos e impide al fin y al cabo que nos desarrollemos como personas. La primera piedra debería partir de la creación de esos espacios de diálogo que ahora mismo no existen y al que debería acudir todo aquel que esté de acuerdo en la necesidad imperiosa de cambiar a fondo la sociedad que nos rodea. Un espacio que debería circunscribirse voluntariamente a lo que nos une en la voluntad de cambio económico y social dejando fuera los ámbitos de división, y que debería trabajar en realizar propuestas concretas ideológicas y de acción.

El objetivo no sería en mi opinión crear otro partido político ni una plataforma electoral, sino más modestamente un polo que concentre y aglutine a todos los que tenemos esa voluntad de cambio. Esta unión nos permitiría no solo ser más efectivos a la hora de poner en marcha objetivos comunes, sino que nos haría ganar credibilidad ante una población desilusionada ante la realidad de la falta de alternativas a la ideología conservadora dominante que tengan alguna garantía de éxito. No se trataría tampoco de renunciar a nuestras especificidades dentro del ámbito de la izquierda, sino al contrario, de mantenerlas para ocupar un máximo espacio pero rompiendo con la tradicional imagen de enfrentamiento bajo la voluntad expresa de colaboración en los ámbitos de acuerdo.

Existe creo una voluntad de marchar en esta dirección como se refleja en los debates internos en el PCE e IU en España, Refundación Comunista en Italia o el proceso de creación del Nuevo Partido Anticapitalista en Francia. Sin embargo se corre el peligro de que la voluntad de protagonismo por parte de las fuerzas políticas que las promueven marchite sus posibilidades de éxito. Existe también el riesgo de repetir los errores del pasado acabando por crear estructuras cerradas y jerarquizadas, orientadas puramente a lo electoral, que en su voluntad de unificación acaben de nuevo por matar su propia iniciativa. Se necesita una nueva forma de organizarse menos orientada hacia conseguir resultados electorales y más hacia ganar la confianza y la participación de todos.

Hay sin embargo síntomas de que algo hemos aprendido en estos últimos años y se oyen algunos mensajes esperanzadores. Esperemos y confiemos en que seamos esta vez lo suficientemente inteligentes como para que podamos por fin tomar la iniciativa ante lo que se nos avecina, pero démonos prisa porque los acontecimientos se suceden y la realidad no va a quedarse sentada esperando.