sábado, marzo 27, 2010

Consumo y reconocimiento social con recursos limitados

Tengo un coche de 10 años y 200 mil kilómetros que utilizo para ir a trabajar y que el año pasado estaba planteándome seriamente cambiar al abrigo de las ayudas y buenos precios. Un año ha pasado y mi compulsión consumista se ha pasado algo; el coche sigue funcionando y no tiene problemas salvo el desgaste normal, y creo que lo voy a estirar hasta que el desgaste mecánico me haga más caro mantenerlo que cambiarlo. Cuento esto porque es interesante auto-analizarse detrás de lo que parecen decisiones racionales, ¿me he vuelto más racional, o simplemente la presión social por el consumo compulsivo es menor?

Confieso que no tengo respuesta clara, pero si hay alguna pista. Buena parte de la satisfacción que genera el consumo excesivo viene de la mano del reconocimiento social que comporta. En mi oficina hay pocas plazas de aparcamiento que quedan solo para los puestos directivos de las empresas. El nivel de los coches de mis convecinos oscila desde el Golf nuevecito y los coches de alta gama, mi Seat Arosa básico y viejo resalta entre tanto lujo y uno sospecha miradas despectivos entre alguno de ellos camino del ascensor. No soy inmune del todo al qué dirán, pero confieso que salirme de la norma me da alguna satisfacción, sobre todo cuando dicha norma vienen de gente por la que a priori y sin conocerlos personalmente no guardo gran admiración.

Si el entorno laboral puede empujar hacia el cambio de coche, no todo tienen el mismo efecto. Cuando me junto con compañeros de IU a los que casi no conozco me da cierto apuro llevar el flamante casi nuevo SUV de mi esposa (no lo corrijo, pero obviamente es de los dos aunque ella lo usa a diario, ¿me averguenzo?). En un entorno socioeconómico diferente puede resultar insultante lo que se puede ver como puro derroche.

Algo similar ocurre en un caso de limitación de recursos como el del uso del agua. Con una presión oficial hacia la limitación de su consumo que se expande por todos los medios de comunicación, el tener como en mi caso un jardín con cesped exige afrontar las críticas de muchos vecinos que lo consideran una actitud egoista por más que pague religiosamente el coste correspondiente (bastante elevado en mi municipio). Si estuvieramos en una situación real de problemas de suministro la presión sería sin duda excesiva hasta el punto de que cambiara mis hábitos y eliminara el cesped.

No hay nada nuevo en todo lo anterior, pero da lugar a interesantes reflexiones. y es que en un entorno de recursos limitados, el consumo excesivo conlleva el desprecio social y queda desincentivado. Si la crisis se mantiene y se acentúa es probable que los crecientes problemas en capas amplias de la sociedad lleven a un a su vez creciente malestar hacia las ostentaciones de consumo, lo que supondrá un problema para mantener la lógica del sistema.

sábado, marzo 20, 2010

La batalla contra el excepticismo

En la discusión política surgen numerosos ejes en los que posicionarnos y que nos sitúan dentro de ese espacio multidimensional. La página Political Compass plantea un test que nos posiciona en torno a dos ejes, izquierda-derecha, autoritarismo-libertarismo que ayuda a hacer una diferenciación más fina que la clásica en un solo eje, permitiendo por ejemplo entender como extrema derecha posicionamientos que se califican de centristas por el solo hecho de no defender el autoritarismo ligado al fascismo.

En realidad se me ocurren muchos otros asuntos que resultan transversales a lo que entenderíamos como izquierdismo y derechismo. Así encontraríamos en España la defensa de un modelo de estado más o menos centralizado, e igualmente podríamos hablar del pensamiento ecológico, etc. Que entre la izquierda predomine por ejemplo una visión más ecológica no implica que dichos pensamientos no puedan darse igualmente en gente perfectamente de derechas y que no existan en otras gente que se autocalifican como de izquierdas.

Ya me he decantado en el pasado por el igualitarismo como único elemento que permite identificarse de verdad con el izquierdismo. Frente a ello estarían pensamiento ligados al darwinismo social que defienden la supremacía del "mejor" como elemento clave para un progreso que se debe despojar para ello de todo humanitarismo que lo frene. El problema se podría resumir en una preferencia por un modelo que busca maximizar el bienestar mínimo frente a la opción de aumentar el bienestar total sin importarle arrojar a parte de sus miembros a la miseria.

La gran derrota de la izquierda tradicional ha venido cuando las socialdemocracias han asumido que los intentos de controlar la asignación que el mercado hace de los recursos en busca de un reparto más justo llevan intrínsecamente ligados el descenso del resultado global y por tanto del bienestar de las clases más necesitadas. Es una izquierda que ha perdido la fé en poder cambiar las cosas, y se limita a intentar limar un poco los excesos más extremos del sistema. Es una izquierda que piensa que la izquierda no es posible y que aunque siga defendiendo un igualitarismo en aspectos como la libertad sexual, el racismo o la discriminación de género, se ha rendido a perseguirlo en materia económica.

Frente a esa izquierda que ya no lo es, estamos quienes hemos seguido defendiendo que hay otro mundo posible que pasa efectivamente por un creciente control público en el ámbito de lo económico. De las dificultades de la planificación total de la economía en ausencia de mercado sabemos por la experiencia soviética. De la catástrofe a que lleva el dejar al mercado actuar libremente hemos sabido siempre en forma de bolsas de miseria a las que no hemos querido mirar cuando nos encontrábamos entre los afortunados durante la bonanza. Nos resultará mucho más difícil obviarlo cuando la crisis generalizada del sistema nos arroje a posiciones menos privilegiadas.

Si el pensamiento social tiene como dicen algunos un componente pendular importante, es innegable que ahora mismo los ojos tienden a volverse hacia el fortalecimiento del papel de lo público en la regulación económica. Creo también que afortunadamente los patéticos intentos de volver al liberalismo salvaje chocarán con la tozuda realidad de una debacle económica que no va a desaparecer por el hecho de creer en ello; y si bien llevará algún tiempo expulsar de las mayorías el pensamiento dominante, estoy convencido que es un proceso inevitable en un grado por determinar.

Aunque el viento vaya soplando a nuestro favor, tenemos la responsabilidad de poner encima de la mesa algo más que viejas recetas. Existen retos y problemas que nosotros desde la izquierda no podemos tampoco obviar. El dilema de conseguir que lo público no sea identificado como ineficiente es uno de ellos, y es que resulta evidente que existe una dificultad para conseguir que todo el mundo arrime el hombro cuando el objetivo final no es el puro beneficio particular, sino el común. Otro no menos importante consiste en que sepamos dotarnos de métodos de participación democrática no solo en la esfera de lo político-legislativo, sino también en lo económico, evitando que tendamos al establecimiento de oligarquías que dominen la toma de decisiones importantes. Si somos capaces de hacer planteamientos novedosos y creíbles que nos alejen de la identificación del socialismo con el autoritarismo y la ineficiencia, estaremos preparados para convencernos primero a nosotros mismos y posteriormente a nuestros conciudadanos de que tenemos una alternativa que no sea simplemente menos mala que este cruel e inhumano sistema en el que de momento sobrevivimos.

Yo soy un 0ptimista de fondo, y defiendo que la humanidad tiene mucha más tendencia al altruismo, a la colaboración y a la empatía de lo que nos quieren hacer creer. Ante la imposibilidad de convencer a la gente de lo deseable de que el fuerte pise al debil en su crecimiento, las clases favorecidas han triunfado en llevar a la gente al pensamiento de que no hay alternativas; el resultado es una ciudadanía escéptica y que prefiere no participar activamente. Romper con ese excepticismo será clave para que por fin las cosas cambien.

sábado, marzo 13, 2010

Consultorio de parados

Los jueves recojo a mi hijo de su entrenamiento de baloncesto. De Madrid (donde trabajo) a Guadalajara (donde vivo) hay una hora y para evitar que espere mucho intento salir del trabajo pronto. En la radio del coche como casi siempre la Cadena Ser, con la que mantengo una relación masoquista, no me gusta, me resulta despreciable su simbiosis con ciertos sectores del PSOE y su imagen de progresista que esconde su defensa de los intereses empresariales de sus dueños y su total alineación con el pensamiento único. No hay por otras partes muchas alternativas para oir, al menos en la radio de mi viejo SEAT Arosa.

La radio me acompaña en mis horas de desplazamiento al trabajo siempre, pero lo del jueves por la tarde es especial. Gemma Nierga, por quien no siento gran simpatía, invita a un par de individuos cuyo curriculum será sin duda generoso dado su actuación como voceros del sistema, uno desde el más rancio e intragable neo-liberalismo, otro desde posturas supuestamente moderadas que no representan más que la cara amable, descafeinada, que prentende enganchar a los que no tragan con la ideología neo-liberal sin rebajar. De este segundo no recuerdo el nombre, del primero se que se apellida Niño, y que tiene la desvergüenza habitual de los que se sienten seguros al propagar una propaganda oficial que, siendo fácil de cuestionar desde posturas mínimamente críticas, nunca va a encontrar resistencia en los medios de comunicación mayoritarios. Que estos ineptos caraduras mantengan las mismas posturas de antes de la crisis a la que su ideología nos ha llevado resulta igual de sorprendente por la falta de la más mínima auto-crítica que uno supondría de una persona decente, como por la facilidad con que la gente se lo traga. Pero me desvío (debe ser la cerveza y el vinito que me acabo de tomar), este es un tema en el que merecerá la pena entrar de nuevo posteriormente.

Me centro de nuevo. A la hora en que voy camino de recoger a mi hijo, en la SER se hace una especie de consultorio para parados. A mi particularmente todo me huele a rancio en esta parte del programa, y me retrotrae a mi niñez cuando alguna vez oía a Elena Francis aconsejar a sus atribuladas oyentes al respecto de sus problemas sentimentales. Al teléfono desesperados trabajadores en paro que nos cuentan a todos sus miserias, su búsqueda de trabajo despues de meses de paro y mil intentos de encontrar trabajos alternativos. En el estudio, nuestros eruditos supuestos economistas aconsejan recetas estúpidas:

A la parada de 59 años y algo yuppy a la que ha dejado en el paro una gerencia deshonesta
-Si tu empresa ha cerrado hay un mercado destendido, deberías hacerte autónoma y cubrir ese mercado (el subnormal no sabe si la mujer representaba a un fabricante de chorizos o si era un consultor en temas de recicjale)
Al experto en demoliciones
- Pasaté al reciclaje, que se parece y tiene mercado (sin duda, las empresas de reciclaje ofrecen hoy en día trabajos a miles, el que no los coge es que es lerdo)

Sus recetas habituales son de libro, movilidad geográfica, formación, hacerse autónomo. Por debajo un mensaje de fondo, el parado es culpable de su situación por falta de iniciativa, por falta de flexibilidad, por falta de esfuerzo, por mala planificación... Es lo propio de los que nunca van a cuestionar que el sistema es una mierda, una máquina irracional que nos lleva al abismo y que apisona a la gente en la inseguridad y la depresión de sentirse un inútil, mientras intenta garantizar sus beneficios a la oligarquía dominante. Casi más sorprendente es que los receptores de los simplistas consejos no les manden a paseo usando palabras gruesas.

La guinda la pone esa llamada de vez en cuando de alguien que ofrece un trabajo. Tan desesperado me resulta intentar trabajo llamando a la radio como estúpido ofrecerlo por esta vía. Gemma está encantada de si misma, parece que ha puesto a un trabajador en contacto con un empleador mientras por debajo subyace un tufo de que el que ofrece el puesto de trabajo va haciendo una obra caritativa con ese bueno-para-nada oyente parado.

Todo me resulta insoportable.