domingo, octubre 28, 2012

Nos han perdido el miedo


Leía esta mañana un artículo en Rebelión en el que se hablaba de otros tiempos en los que la gente luchaba no para evitar retrocesos sociales, sino para conseguir avances. Aquellos años 70 que yo no llegué a vivir como adulto pero que me han sido contados, tiempos llenos de huelgas, de luchas sindicales y políticas y de movimientos vecinales. Yo no los viví, pero si habité una de esas viviendas sociales producto de las luchas de los vecinos de Orcasur en Madrid, y paseé por el gran parque de Pradolongo donde supongo algún tiburón inmobiliario hubiera querido hincar su diente, y recogí en los institutos del barrio y en el centro social de Orcasitas a Julia, mi mujer, cuando aún eramos unos chavales.

Yo no lo viví como adulto, pero veo las pruebas en los nombres de las calles del barrio: "Calle de la Participación", "Calle de los Encierros", "Calle la Expropiación", "Calle del Empleo Juvenil", "Calle de la Unidad". No me parece un legado menor, pues impide reescribir la historia de un barrio combativo y sirve de recordatorio imborrable de aquellas luchas, al menos hasta que nuestra indolencia y pasividad convenza a nuestras franquistas autoridades de que ha llegado la hora de eliminar de nuestra memoria también esta parte de nuestra historia, y reemplace los nombres por otros más acordes a estos tiempos y a nuestra estupidez actual: "Calle de Iniesta", "Calle de Pau Gasol", "Calle de Fernando Alonso".

Sin embargo creo que ya no van a poder, y aunque es verdad que en los últimos tiempos se ha cambiado algún nombre de teatros y calles en algunos pueblo, este revisionismo no creo que llegue ya a Orcasitas. Se les ha pasado la oportunidad y han dejado escapar el punto máximo de apatía y mínimo de activismo social que les hubiera permitido llegar quizás tan lejos. Saben que tienen todos los resortes del poder, pero también son prudentes y supongo que prefieren centrar sus acciones en aspectos que afectan a lo central, al control del dinero y del poder económico y político. Saben, porque no son estúpidos como nosotros, que el poder último está en la gente y lo que interesa es mantenerla adormecida y anestesiada, proceso en el que se ha gastado mucho esfuerzo desde aquellos lejanos años 70. No es cuestión de despertar a la gente por un quítame allá ese nombre de una calle.

Me imagino en aquellos tiempos a nuestros padres y abuelos sentados delante de un concejal de la UCD o directamente franquista, negociando aquellos nombres como último paso de una larga lucha por dotar a los vecinos de una vivienda y unas infraestructuras sociales dignas. Supongo que no le resultaría menos repulsivo que le resultaría ahora a un concejal del PP permitir que las calles recibieran nombres que dieran testimonio de su cesión ante esa gente humilde en lo económico pero inmensamente fuerte en sus convicciones. Supongo que si cedieron no fue por tolerancia ni porque fueran tipos menos asquerosos e insensibles que los que ahora nos gobiernan. Lo que les hizo agachar la cabeza y aceptar aquellas cesiones fue sin duda el miedo no a la gente que estaba sentada frente a ellos, sino a los miles de vecinos del barrio que les apoyaban. En aquellos tiempos supongo que nuestros padres y abuelos vivían con miedo a la represión, pero los que se sentaban al otro lado de la mesa vivían con miedo a un pueblo del que aún recordaban había mantenido una lucha desigual contra un ejército profesional durante tres largos años de guerra civil, y al que hizo falta someter por medio del recurso a los fusilamientos masivos y la represión más brutal.

Los tiempos han cambiado mucho. La partida de la transición la ganaron ellos y la perdimos nosotros. Despacio fuimos cayendo en un letargo, bajamos la guardia y muchos creyeron que habían ganado cuando llegó al poder un partido de nombre socialista. Entregamos nuestras armas que eran la lucha y el conflicto a unos gestores con chaqueta de pana para que dirigieran nuestra sociedad hacia un lugar más justo, y la mayoría ni se enteró cuando aquellos gobernantes fueron cambiando el vestuario y aquellos líderes fueron modificando el rumbo en lo que fue la gran traición de nuestra historia reciente. Luego llegó la caida del "socialismo real" y acabamos de perder todos los mapas y de olvidar todos los posibles caminos.

Hoy hace ya demasiado frío en la España a la que nos han llevado para poder seguir adormecidos, y poco a poco más gente va saliendo de su letargo para abrir los ojos a la realidad que nos rodea. El declive del PSOE es el síntoma que demuestra la enfermedad del sistema y que nos da esperanzas. Un problema que la propia Cospedal anuncia con cara circunspecta, porque sabe que el montaje no se sostendrá si pierde una pata.  Están moderadamente preocupados, pero no nos engañemos, aún no nos tienen miedo. El miedo se perdió en algún punto en el camino cuando se dieron cuenta de que detrás de una manifestación masiva no hay necesariamente nada más, que no es necesariamente el primer paso para un proceso mayor que ponga en peligro el status quo. Fueron perdiendo los complejos y los miedos, y nadie mejor para ejemplificarlo que Esperanza Aguirre, la adalid de la derecha sin complejos que puso la directa e indicó el camino a unos herederos del franquismo aún reticentes y timoratos.

No nos tienen miedo, y no sin falta de razón... de momento, porque en nosotros está la capacidad despertarnos para volver a constituirnos en una amenaza. No será su compasión y su arrepentimiento ante la insoportable a inhumana injusticia que van dejando a su paso lo que cambie las cosas, sino simplemente nuestra capacidad de que recuperen su miedo.

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